La columna comienza haciendo un paralelo entre Tomás Uribe y Fair Leonardo Porras Bernal, un joven de Soacha que fue engañado y llevado a Ocaña (Norte de Santander), donde finalmente fue dado de baja por militares que le pusieron uniforme para hacerlo pasar como guerrillero caído en combate.
La comparación entre los dos jóvenes la plantea la columnista inicialmente en términos de edades (en el 2008, Tomás y Fair Leonardo tenían 26 años), pero después presenta una abismal diferencia desde el punto de vista de las actividades a que se dedicaban cada uno de ellos y su condición social.
“Mientras Tomás era un empresario precoz y exitoso, hijo del presidente de la República, Fair Leonardo era un joven con capacidades limitadas, con dificultades de movilidad en la pierna y el brazo derechos, que también padecía un retardo mental, a pesar de lo cual hacía mandados en su barrio de Soacha y, con lo que ganaba, a diario le llevaba de regalo una rosa a su madre”, escribe Lara.
Después, apelando al mismo recurso que evoca una balanza muy desequilibrada en estas vidas ‘paralelas’, sostiene que “mientras Tomás hacía crecer sus negocios, Fair Leonardo era engañado por alguien a quien le pagaron $200.000 para que lo llevara a Ocaña”. Y detalla la terrible travesía de la familia de Fair Leonardo para encontrarlo.
Lara apela al editorial de El País, de España que agitó el tema internacionalmente la semana pasada al asegurar que Uribe “guarda verdad” sobre los falsos positivos y debe responder. “No, expresidente —escribe Lara—. […] Usted tiene que responder: se trata nada menos que de 6.402 jóvenes inocentes que fueron ultimados y disfrazados como guerrilleros por miembros del Ejército a los que su gobierno les pagó y les dio prebendas por mostrar resultados, es decir, por dar de baja guerrilleros, pero estos muchachos no lo eran. Como tampoco lo era su hijo Tomás”. Y termina con la temeraria pregunta: “¿Qué habría hecho usted si el que hubiera aparecido en la fosa común no hubiera sido Fair Leonardo sino Tomás? ¿No hubiera exigido que juzgaran a los responsables
Ricardo Silva Romero suma a estas otras preguntas, no a Uribe, sino en general, que conducen, en todo caso, a la idea del dolor de los padres por la pérdida de sus hijos, un dolor que es superior cuando esa pérdida ocurre en las circunstancias en que se produjeron los fals0s p0sitiv0s.
“¿Qué puede hacer un país con la noticia de que en sus tinieblas, de 2002 a 2008, sucedieron 6.402 ejecuciones extrajudiciales?: ¿qué puede hacer una cultura si se entera de que 6.402 víctimas fueron disfrazadas de victimarios luego de ser ejecutadas por agentes del Estado?”, se pregunta Silva en su columna de El Tiempo, y responde: “ Puede oír las voces de las madres que […] sueñan con preguntarles ‘¿ustedes tienen hijos?, ¿les gustaría que les dieran de baja a uno?, ¿por qué al mío?’.